
Análisis y Opinión
20/13/03
Mucha demagogia y poca transformación de la opresión de las mujeres es lo que caracteriza su situación en Bolivia, incluso las organizaciones populares de mujeres, que han tenido una tradición luchadora, se han convertido en apéndices de un Estado que las oprime y de un gobernante que de cuando en cuando las insulta.
La conmemoración del Día Internacional de la Mujer Proletaria en Bolivia no ha tenido la significación que su historia y contenido revolucionario representa. A excepción de algunos colectivos democrático revolucionarios que promueven la reflexión y reafirmación de lucha que tiene el 8 de marzo, las instituciones políticas oficiales, que demagógicamente se llenan la boca de revolucionarias, ofrecen una versión light de esta conmemoración con saludos y flores resaltando las cualidades femeninas de la mujer y su rol sacrificado en la vieja sociedad, promoviendo y sancionando leyes que se suman a la montaña de las que ya existen que poco o nada han hecho para cambiar la situación de opresión que viven las mujeres.
La historia del 8 de marzo no tiene nada que ver con esa visión de las cosas, todo lo contrario, se instituyó para conmemorar la lucha de las mujeres contra el capital en un Congreso de mujeres socialistas y comunistas bajo la concepción de que la emancipación de la mujer solo se logrará combatiendo al régimen burgués y construyendo una sociedad socialista. Nunca fue una lucha por hacer soportable el peso del patriarcado, del capitalismo y el imperialismo (y la semifeudalidad en nuestras sociedades atrasadas) exigiendo normas legales dentro del viejo orden reaccionario. La lucha por acabar con el patriarcado está indisolublemente ligada a la lucha contra el viejo orden social existente.
Pero esto es algo que el gobierno de Evo Morales no puede entender porque está comprometido con el viejo orden y solo puede ofrecer leyes demagógicas a las mujeres. La opresión a las mujeres se encuentra en la misma médula del sistema, en la división de clases y en la concepción de propiedad privada que se tiene de la mujer. Se asienta en ver a la mujer como un ser inferior y eso no ha cambiado con las leyes que el Estado ha promovido. Los “logros” de los que se jactan los reformistas y las feministas burguesas son castillos de naipes cuando la sociedad entra en crisis y muestra las formas crueles en que la opresión a miles de mujeres sigue vigente.
Las mujeres expuestas a la explotación de clase y patriarcal
Las mujeres siguen siendo mano de obra barata en la mayoría de trabajos y muchas veces ni se las quiere contratar porque son ellas las que llevan el embarazo y eso le significa un costo al empleador. El régimen de maquila y la terciarización genera una sobre explotación a mujeres y niños. Por regla general donde existe trabajo gratuito hay mujeres y niños implicados.
Muy duras son las condiciones de servidumbre a la que están sometidas, y esta no se reduce solamente al trabajo doméstico. Las mujeres que trabajan en una pensión de comidas, en el comercio o como ayudantes de cualquier actividad laboral siempre están expuestas a trabajar limpiando la casa, lavando la ropa o atendiendo a los hijos de sus empleadores y no reciben ninguna remuneración por este trabajo, peor es su situación si son menores de edad. Si participa de la zafra o la ganadería, con frecuencia su trabajo es visto como “ayuda” a su esposo y no es pagado, se la usa para cocinar en la casa del patrón y cuidar sus animales y no recibe ninguna compensación por este trabajo.
Sólo un 30% de la Población Económicamente Activa tiene una actividad laboral formal, el resto de la fuerza laboral, de la cual gran parte son mujeres, viven en estas durísimas condiciones de trabajo. Las mujeres son especialmente vulnerables cuando tienen que mantener solas a sus hijos.
Pero las mujeres no sólo son víctimas de la discriminación laboral y de la explotación de clase, son también víctimas de la dominación patriarcal, de las viejas tradiciones, costumbres y concepciones religiosas feudales. Las mujeres en las minas no pueden trabajar al interior porque la tradición dicta que infertilizan la mina o excitan al “tío” (la deidad del mundo de abajo), las mujeres son relegadas al trabajo en los relaves mineros como palliris en condiciones durísimas por lo difícil del trabajo y por la alta contaminación a la que se exponen.
En las zonas campesinas también la costumbre aplasta a las mujeres. Unas semanas atrás una noticia de prensa reveló que en la zona rural de los Yungas una madre se suicidó porque no soportaba el haber entregado a su hija de 13 años en matrimonio a otro hombre de 30. La menor había ido a trabajar a la tierra del hombre y aparentemente fue seducida por éste y tuvieron relaciones. La familia del hombre vino a la casa de la niña para exigir que se case con él como dicta la tradición. La madre al ver que su niña estaba totalmente incómoda se negó a aceptar la exigencia, pero la familia del varón acudió al dirigente sindical y obligó a la madre a entregar a la niña. El dirigente justificó su papel diciendo que “el dirigente es como un padre de la comunidad” y consolidó la entrega de la menor. La madre que tuvo que aceptar esta situación no pudo soportarlo al llegar a su casa y se suicidó. Muchas de las viejas tradiciones tratan a las mujeres y en especial a las menores como objeto de propiedad del hombre, truncan sus vidas y las atan a un futuro de opresión feudal.
El peso del patriarcado es muy fuerte en nuestro país, las mujeres están expuestas al acoso sexual de sus patrones, a los chantajes para mantener el trabajo, algo que muchas veces no se denuncia porque no hay forma de “demostrarlo”, las leyes y los administradores de estas leyes tienen exigencias absurdas para las mujeres, especialmente en los casos de violación. Diversos estudios han demostrado que el poder de los empleadores en combinación con las estructuras podridas del poder judicial y la policía no ha permitido nunca que prosperen las denuncias de las mujeres.
Un estudio en las haciendas del chaco puso al descubierto el abuso sexual generalizado cometido contra mujeres jóvenes y niñas que hacen los patrones, la vieja práctica feudal de la iniciación sexual de los hijos del patrón con las niñas y jóvenes indígenas sigue siendo una realidad en nuestro país. Las denuncias de estas violaciones no prosperan porque el poder gamonal que ostenta el patrón en complicidad con las autoridades policiales y judiciales se impone sobre las mujeres que hacen denuncias.
Otro problema endémico que enfrentan las mujeres en la sociedad boliviana es la violencia intrafamiliar. De poco o nada han servido los montones de dinero gastados en campañas publicitarias, la violencia está instaurada en la base misma del sistema, en la estructura de la familia que reproduce las relaciones de propiedad que existen en la vieja sociedad, se alimenta de la visión de la inferioridad de las mujeres, de la visión de propiedad que tienen los hombres sobre sus esposas y se expresa de muchas formas, desde brutales golpizas hasta embarazos permanentes para “garantizar” la fidelidad de las mujeres. La visión reaccionaria y retrógrada de que la mujer es potencialmente una libertina (o una mujerzuela) mientras el varón que tiene muchas mujeres es un semental sirve de insumo a la violencia sufren las mujeres en el seno familiar.
La infravaloración de la mujer se expresa cuando nacen las bebés mujeres, se las considera débiles, pobres que han llegado a este mundo a sufrir y muchas veces los padres se muestran decepcionados por no haber tenido un hijo varón. En las zonas rurales es particularmente agudo esto porque se piensa que se va a perder el apellido. En las ciudades se suele usar entre los hombres la expresión “nadie sabe para quien trabaja” que se refiere a las hijas que contraen matrimonio y “llevan el patrimonio familiar al esposo”, esta concepción reaccionaria mantiene viva la idea de que las mujeres son objetos de los hombres y que la herencia se garantiza con la descendencia masculina.
Los patrones religiosos católicos y evangélicos que abundan en el país refuerzan también la superioridad masculina y el papel de sumisión de las mujeres en el hogar. Es particularmente fuerte el adoctrinamiento evangélico que dice que la mujer debe “someterse” a las decisiones del marido y aceptar su voluntad, criterios que también comparten los curas católicos más reaccionarios.
La vieja sociedad tiene sumida a la mujer en un mundo de miedos y violencia. Vivimos en una sociedad donde las mujeres tienen que caminar hasta ciertas horas de la noche, después de eso “es su culpa si le pasa algo”. Existen muchas denuncias de que la trata y el tráfico de menores, particularmente para la explotación sexual, tiene conexiones con el poder estatal.
Y el Estado…
Los responsables del aparato burocrático dicen que su labor es proteger a la ciudadanía a través de hacer cumplir las leyes, sin embargo en los hechos sucede todo lo contrario, son las instituciones estatales las primeras en negar atención a las demandas de las mujeres, la gran mayoría de los implicados en violencia contra las mujeres pertenecen a esas instituciones como la Policía y las FFAA. Los organismos que reciben estas denuncias dicen que de 10 denuncias de violencia contra la mujer 7 son contra miembros de la policía y las FFAA.
Las instituciones represivas del Estado contienen los elementos más reaccionarios en su visión y formación, condensan las concepciones retrógradas de la sociedad semifeudal y patriarcal. La formación profesional de esta gente está cimentada en la superioridad masculina, la debilidad es vista como un atributo de la mujer o del homosexual, “no seas mujer” o “no seas maricón” suele ser la orden para superar la debilidad, la valentía está asociada a la hombría.
Los policías no han limitado su acción a su actividad profesional, recientemente el asesinato de la periodista Hanalí Huaycho con 15 puñaladas a manos de su esposo Jorge Clavijo, un miembro de élite de las fuerzas policiales y de bomberos, conmovió al país y puso de relieve las atrocidades a las que llegan estos individuos. La acción no puede ser calificada como un acto individual de un loco o desaforado contra su esposa, la periodista había hecho 14 denuncias contra su esposo al comando policial, ésta había recibido muchas golpizas e inclusive su esposo intentó asesinarla cuando le metió una granada de gas en su auto con ella dentro, pero sus denuncias jamás fueron atendidas, por el contrario, la policía protegió a Clavijo y “olvidó” las denuncias contra él. Se trata de un comportamiento general de las instituciones del Estado, particularmente de las más reaccionarias como la policía y el poder judicial, esto se refuerza cuando hay una conexión con el poder político. Jorge Clavijo ha sido un miembro importante de las fuerzas policiales en labores de intervención e inteligencia, su grupo, la UTARC, fue cercano a Evo Morales.
Pero no han sido solo los policías los protagonistas de hechos públicos y denigrantes contra las mujeres. El gobierno de Evo Morales y su propagandizado “proceso de cambio” está sumido en muchas denuncias de agresión contra las mujeres. Las denuncias contra esta clase de autoridades políticas ha llegado al extremo de que el propio Evo Morales tenga que justificar “no todos los masistas somos violadores”, esta reflexión ya indica el grado de escándalo al que han llegado los “soldados del proceso de cambio”.
Una mujer acuchillada por su esposo (militante del MAS miembro de la asamblea legislativa de La Paz), una hija violada por su padre (diputado nacional del MAS), una empleada abusada sexualmente en las instalaciones de la asamblea legislativa de Chuquisaca filmado por las cámaras de seguridad (asambleísta del MAS), son algunas muestras de los casos bochornosos que han indignado a la población porque el abuso contra la mujer viene de aquellos que precisamente son los encargados de diseñar las normas legales que dicen proteger a las personas, en particular las mujeres.
El viejo Estado, lejos de respetar sus demagógicas normas de defensa de las mujeres las viola constantemente, sus estructuras patriarcales anquilosadas no han sido transformadas como lo dice la abundante demagogia derrochada por los líderes del “proceso de cambio”, por el contrario, son justamente los funcionarios del Estado los protagonistas vergonzosos de estos hechos bárbaros.
La “revolución democrática y cultural” propagandizada por Evo Morales es pura fantasía. El mandatario en persona junto con su vicepresidente se han convertido en promotores de los concursos de belleza que cosifican a las mujeres. Esta promoción de los valores culturales decadentes del imperialismo se realiza para conciliar intereses con los sectores conservadores regionales de Santa Cruz. De igual forma, escondiéndose en la tradición, el mandatario se prestó al vergonzoso papel de denigrar a las mujeres en público cantando coplas carnavaleras que prometían quitar la ropa interior de sus ministras mientras éstas servían de coro vergonzante y llevarse a las dirigentes campesinas de la organización Bartolina Sisa a la cama.
La práctica política corporativa del nuevo gobierno ha reducido el papel antes combativo de las organizaciones campesinas de mujeres a una acción segundona usada como tropa de choque del MAS y para combatir la disidencia interna. Las dirigentes principales, que gozan de las gollerías del poder político, se han convertido en auténticas barzolas del movimiento mientras que dirigentes medias o de bajo rango son figuras decorativas o levantamanos en los espacios políticos.
Tampoco ha quedado fuera del escándalo gubernamental el abuso por relaciones de servidumbre contra la mujer, este caso lo protagonizó el personal de la embajada boliviana en Alemania (la hija de la ministra de transparencia) que se llevó a una “empleada” a Berlin para hacerla trabajar más de 12 horas diarias y no pagarle el sueldo pactado. La servidumbre en Bolivia no es un problema aislado o un problema “entre particulares” como suele decir el gobierno o los pocos estudiosos de estas relaciones (incluido algunos que se dicen marxistas), todo lo contrario, se encuentra en la base de la mayoría de relaciones sociales productivas, incluso ahí donde el capitalismo ha hecho su entrada más vigorosa, en el campo y en la ciudad y este peso recae principalmente en las mujeres.
Pensar en la revolución
Transformar esta situación requiere de pensar más allá de los límites del viejo sistema y recoger los enormes avances que tuvieron las mujeres en la construcción socialista soviética y china. Las supuestas transformaciones realizadas por el gobierno de Evo Morales han sido simplemente un maquillaje al viejo modelo reaccionario, estas reformas en general han reforzado las relaciones patriarcales y la opresión de clase. No es con reformas sino con revolución que la mujer, junto a sus compañeros, podrán acabar con esta opresión y una revolución donde no participen las mujeres no tendrá éxito posible.